Son muchas las personas       que identifican al logopeda como el profesional que se dedica a tratar los problemas de pronunciación de los niños. Sin embargo, además de presentar dificultades relacionadas con el habla, es decir con los sonidos, los niños pueden tener déficits a otro nivel del lenguaje como es el de la construcción de frases.

Todas las lenguas presentan una gramática determinada que el niño aprende desde pequeño y sin que nadie se haya propuesto enseñarle. Esta gramática el niño la adquiere oyendo y relacionándose con su entorno familiar, escolar, etc.

Pero hay niños que por diversos motivos a los 5 años (cuando en situaciones normales, el proceso de aprendizaje de la lengua ya se ha completado) hablan de una manera muy desorganizada, el receptor de su mensaje no logra entender lo que dicen, y no porque no articulen bien los sonidos, sino porque no han aprendido todavía a utilizar, por ejemplo, los tiempos verbales (pasado, presente, futuro), no utilizan frases largas  porque no saben emplear los elementos de unión, presentan un orden incorrecto en la construcción de las frases, problemas en la coordinación de género, número… Este es el caso del niño que, cuando quiere explicar lo que ha hecho, pongamos por caso el fin de semana, el interlocutor tiene la impresión  de que no le ha entendido porque se ha dejado elementos por nombrar, el contenido del mensaje está desorganizado, no tiene aún la capacidad para saber qué y qué no es relevante para el mensaje, etc. Se trata de niños que pueden hablar durante mucho rato con la intención de explicar algo y el oyente no saca nada en claro. Este es un aspecto muy importante del lenguaje que también trabajan los logopedas: nos referimos a la morfosintaxis).

Otro nivel del lenguaje es la semántica, el vocabulario, las palabras que el niño va adquiriendo y que utiliza para nombrar los objetos, las emociones, los conceptos, etc. En la consulta del logopeda se atienden niños de 5 o 6 años que todavía desconocen los nombres de objetos muy comunes y cotidianos, por ejemplo, nombres de frutas, de mobiliario, de prendas de vestir, animales, etc. En consecuencia, tienen importantes problemas para denominar categorías léxicas. Niños con 6 años que cuando quieren nombrar algo dicen, simplemente, «eso» y que utilizan mucho el gesto para señalar porque no saben el nombre de un objeto determinado.

Otro aspecto fundamental del lenguaje es el que se conoce como pragmática, que es el uso que hacemos del lenguaje con fines comunicativos. Existe una serie de habilidades pragmáticas que son las que nos aseguran que un acto comunicativo concreto se lleve a cabo con éxito.

Adquirir las habilidades pragmáticas le  permitirá al niño hacer uso de las distintas funciones del lenguaje: interactiva (para relacionarse con los demás), personal (para expresar sentimientos, emociones…), instrumental (para satisfacer las propias necesidades), reguladora (para modificar la conducta de quienes le rodean), imaginativa (para hacer un uso lúdico del lenguaje)…

Normalmente los niños que tienen dificultades en este nivel son aquellos que no utilizan el lenguaje de una forma social apropiada que es la que nos permite comunicarnos. En ocasiones, se trata de niños a quienes les resulta muy difícil hablar, otros no pueden respetar el turno de intervención en las conversaciones, no entienden las frases con un doble sentido, los chistes… Con estas características muchas veces les cuesta hacer amistades.

Y, como culminación del trabajo de los diversos aspectos del lenguaje de los que se ocupa el logopeda tenemos la adquisición de la lectoescritura. Pensemos que en la mayor parte de los casos el niño que ha tenido problemas en la adquisición del lenguaje oral presentará dificultades en el aprendizaje de la lectura y la escritura, que, en definitiva, es la representación gráfica de la lengua oral. Para que un niño pueda acceder de una forma natural y sin complicaciones a la lectura y la escritura tiene que haberse producido antes la adquisición de todos los sonidos de la lengua, de la morfosintaxis y del vocabulario requerido para su edad.

Si un niño, por ejemplo, presenta dislalias (dificultades en la pronunciación de ciertos sonidos), no podrá escribir ni leer unas determinadas letras  porque en su cerebro no ha integrado aún el sonido y, por lo tanto, la letra, la representación escrita de ese sonido, no significa nada para él. Por otra parte, no nos quepa la menor duda de que el niño que se expresa mal cuando habla no podrá hacerlo bien por escrito, seguirá teniendo las mismas dificultades, la misma desorganización.

El niño que presenta dislalias al empezar a cursar la primaria se ve obligado a invertir un tiempo precioso en descifrar las letras y las palabras incluidas en los textos que se le proponen, de ahí que el proceso de adquisición de la lectura y la escritura sea tan lento y complejo. Un proceso que en el resto de los niños se realiza de una manera gradual, se convierte en estos niños en un camino arduo en el que muy a menudo cunde el desánimo. Pasado el tiempo, cuando la mayor parte de los niños tienen automatizadas la lectura y la escritura, y pueden centrar su atención en el contenido de los textos para entenderlos, los niños con dificultades todavía han de dedicar todo ese esfuerzo y energía a descifrar las letras y las palabras.

De este modo es lógico que se apodere de ellos el desánimo y se niegue a aprender, con el consiguiente enfado y la preocupación de padres y maestros. Así se va creando un círculo vicioso que solo se romperá cuando el niño sea capaz por fin (con la ayuda de los logopedas, los maestros y los padres) de descifrar ese galimatías que le parece un texto escrito.

M. Jesús Rodríguez, logopeda, www.signe.cat